Esa sensación que invade el alma, ese presentimiento de que te estas alejando y tal vez sin retorno de lo que en realidad queres ser. Y no debemos echarle la culpa al mundo ni a los demás, porque ¿quienes son ellos para modificarnos en lo más mínimo. Es por nosotros, es por nuestros pensamientos agobiantes y estúpidos acerca de todo lo demás, por dejarnos llevar por la corriente, por creer que el orden natural de las cosas -si es que existe uno- es el único e indiscutible imán que atrae todo hacia el centro del universo, a la naturaleza animal de cada uno de nosotros, hasta nuestra versión más salvaje e impulsiva. Y allí estamos, tratando de que todo sea tal y como lo deseamos, intentando que cada una de las personas actué según nuestros caprichos, siendo solo palabras sin ningún accionar heroico que nos respalde.
¿Qué fue de ese animalito en extinción llamado moral? Esa culpa que debería invadirnos todo el cuerpo antes de hacer que va en contra de lo que realmente somos o queremos llegar a ser, en contra de todo aquello que nos hace sentir orgullosos. ¿Es qué todavía podemos dormir tranquilos por la noche? Digo, sabiendo que todo lo que hicimos no queda guardado en un cajón llenándose de polvo, sino que cada instante en el que sucedemos nos va formando, nos va haciendo y construyendo.